EL PAÍS
Manane Rodríguez acierta al hacer que su mirada a esa sistematización de la tortura se mueva entre la nota explícita y un ejemplar uso del fuera de campo.
JORDI COSTA – 7 diciembre 2016
El nacimiento de su nieto lleva a la fotógrafa Liliana Pereira (Cecilia Roth) a regresar a su Uruguay natal, donde el reencuentro con el entorno familiar que la demonizó plantea un crucial dilema entre una reconciliación que pase por el olvido y la exigencia ética de ajustar cuentas con la Historia personal y colectiva. En su quinto largometraje de ficción, Manane Rodríguez, cineasta de origen uruguayo exiliada en España, emprende un camino de vuelta paralelo al de su protagonista, al tiempo que se hace eco de las reivindicaciones, en nombre de la justicia histórica, de toda una generación de mujeres que sufrió la brutal represión de la dictadura cívico-militar que vivió su país entre 1973 y 1982. Un largo flashback, en el que la actriz Justina Bustos toma el relevo de Cecilia Roth para desvelar los años de clandestinidad, tortura sistemática y presidio del personaje central, ocupa el cuerpo narrativo de Migas de pan, una película tan pertinente —en un momento en que nuestra propia Memoria Histórica sigue siendo objeto de debate— como excesivamente convencional en sus formas.
Manane Rodríguez acierta al hacer que su mirada a esa sistematización de la tortura se mueva entre la nota explícita y un ejemplar uso del fuera de campo, pero no evita que la tensión del relato decaiga en un tramo carcelario de trazo apresurado. El contraplano que, en el desenlace, describe la toma de conciencia del hijo se erige en índice de la cierta pereza expresiva que condiciona la contundencia del discurso.