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Nunca más

    por PAULA MONTES.

    En términos de temporalidad histórica, la memoria reciente de la última dictadura uruguaya, es el transfondo innegable de un film de ficción, que evoca con solvencia y valentía esos años de plomo, en cierto modo silenciados, pero que a pesar de todo, están vivos, vicariamente o no, en el hoy de muchos uruguayos. Sin lugar a dudas, son heridas que todavía permanecen abiertas, que imploran la sanación, la develación de la verdad definitiva.

    El emblemático título del film, Migas de pan, en la cosmovisión de la realizadora uruguaya, que debió exiliarse en España, Manane Rodríguez, la película está pensada, direccionada a todos los uruguayos, con y sin divisa política, con inigualable dolor.

    Ha tomado como inspiración de su opus, la situación de algunas amigas personales, ex–presidiarias reales, ya mayores, que lograron con la apertura democrática, casi 40 años después, atreverse a denunciar, los ominosos hechos perpretados sobre sus personas, en sus años juveniles, durante el régimen cívico-militar de facto.

    La película está subrayada por la emotiva música del cantautor español Paco Ibáñez, ya sus versos impresos en el afiche refieren a la tragicidad histórica pasada, puesto que a pesar de los pesares, la vida en cierto sentido es vencedora.

    El film comienza con la imagen de la gran actriz Cecilia Roth, que encarna a Liliana Pereira, en el exilio español, con su mirada triste, de “profesión” fotógrafa, una ex-presa que acaba de recibir la noticia de que ha sido abuela en Montevideo, Uruguay, y decide recuperar los vínculos fracturados con su hijo y su nieta recién nacida, porque está decidida a que por esta vez, no le sean arrebatados el amor de la bebé, como le ocurriera con su hijo Diego.

    El film es una larga evocación, que transcurre entre los años 1975 y 2012, realizado por un personaje, en dos momentos epocales opuestos de su vida, interpretados por la revelación actoral de Justina Bustos en la juventud, y por el magisterio de Cecilia Roth en la madurez, y que remite a todas las compañeras agonistas, víctimas de los hechos luctuosos.

    Se explanará ante el espectador, un film coral, en el cual el flashback y cierto distanciamiento “brechtiano” (narración en off), retrotraen a Liliana a sus años de juventud, interpretada por Justina Bustos, de la cual se va plasmando su retrato. Pertenece a la clase alta, estudia en la universidad, está casada y tiene un hijito que quiere con locura, pero su militancia política no permite que lo atienda como debiera. La lucha contra la dictadura fue sostenida, cruenta, y es visionada principalmente por sus ojos.

    Justina-Liliana y sus compañeros-as que integran el grupo opositor, contestatario, caerán y serán encerrados-as; confinadas en la celda de un cuartel, donde los infames, corruptos mandamás, apoyados por médicos militares, someterán a esas almas soñadoras de un mundo mejor, – en aras de la restauración de los derechos humanos, civiles que han sido conculcados -, a infinitas aberrantes manifestaciones de tortura y violación muy explícitas, hasta su traslado al establecimiento carcelario de Punta de Rieles, en el que se amortigua el clímax de horror del presidio, pero siempre con la amenaza inminente de la verticalidad, del gratuito castigo físico-moral-psicológico, de los que ostentan el ilegítimo poder.

    La madre (Margarita Musto), en sus esporádicas visitas, no le ha llevado a Dieguito, salvo una vez en que el encuentro entre madre-pequeño hijo, destila un aura de infinita felicidad.

    Otra escena muy lograda, es la del despojo de su patria-potestad sobre el hijo, en la cual Liliana responde con el tono emocional justo, a pesar de su desvalimiento total, devastador.

    La realizadora muestra con gran sutileza el paso del tiempo, de los días y las noches transcurridos en el celdario, en la soledad inter-pares, en la fraternidad con las compañeras, las cuales se adhieren a leer, tejer, montar un teatrito de sombras chinas, en la postura unánime de no mirar, desconocer a sus carceleros, y a un larguísimo etcétera que no conviene revelar al espectador.

    El film volverá al presente, a la Liliana madura, a Cecilia Roth que asistirá ya liberada, al casamiento de su hijo, pero a quien hacen sentir como la “oveja negra” de la familia; como cristianos al parecer que son, desconocerían la palabra perdón.

    En el devenir fílmico, la verdad de las vejaciones y violaciones saldrán a luz. Durante la pública denuncia, su hijo comprenderá ese ayer de su madre, de la cual lo distanciaran. La directora ha expresado sabiamente que de algún modo el hijo es representativo de toda la sociedad, que se anima a preguntar y a preguntarse.

    Acercarse al conmovedor film, también para preguntar y preguntarse, es una muy buena cosa, porque está basado en un grupo de ex presas reales, porque es un muy duro alegato contra la tortura y la violación, y de todo el después que advenirá, el proceso que conlleva volver a empezar, a reconstruir la hostigada identidad perdida, la recuperación de la dignidad como “persona”, con un subtexto en que de algún modo resuenan algunas de las reflexiones filosóficas, – entre otras -, de la pensadora Hanna Arendt, respecto de las mentalidades de los victimarios del holocausto judío, repetitivas en sus siniestras conductas, más allá del controversial estudio acerca de “la banalidad del mal” que no todos entendieron en su integralidad.

    No queda duda, que el film propone un profundo camino de reflexión, que va desde la diabólica “radio” del comienzo, hasta el brindis final, “por la vida” de cara al espectador, destinatario esencial de la obra.

    Migas de pan”, Uruguay-España, 2016. Dirección: Manane Rodríguez. Guión: Xavier Bermúdez y Manane Rodríguez. Fotografía: Diego Romero. Música: Paco Ibáñez. Elenco: Justina Bustos, Cecilia Roth, Ernesto Chao, Quique Fernández, Ulises Di Roma, Artur Trillo, Laura de Benito, Sonia Méndez, Patxi Bisquert, Margarita Musto, Andrea Davidovics, Stefanía Crocce, Quique Cawen, María Vidal, Nuria Fló, Inés Lange.

    Paula Montes

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