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Necesaria y artísticamente excelente

    por JORGE RUFFINELLI – Madrid 2016

    En 2011 sucedió algo inesperado: 28 mujeres víctimas de abuso sexual y torturas durante la dictadura uruguaya, presentaron una denuncia judicial contra policías, militares, médicos y enfermeras. Varias de ellas habían sido militantes del MLN (Tupamaros), otras, militantes o simpatizantes de diferentes partidos y grupos políticos. En parte, lo inesperado es que hubieran transcurrido más de treinta años desde los sucesos, cuando víctimas y victimarios creían que la impunidad por los crímenes sería eterna.

    Se entiende que la violación sexual sea un crimen que las víctimas se sientan incómodas en revelar; de hecho, cuando regresaron a sus familias, las ex-presas guardaron esa dolorosa y humillante memoria sin compartirla. La sociedad las empujó al secreto y al silencio. Cuando eran jovencitas y decidieron contribuir a cambiar su sociedad, sus propias familias las criticaron y llegaron a “responsabilizarlas” (lo que te pase es tu culpa) por su compromiso y militancia, cuando en realidad nada justificaba que hubiesen sido secuestradas, llevadas a los cuarteles convertidos en centros de tortura, y mantenidas a voluntad de sus secuestradores.

    Cuando en 1984 los tupamaros “rehenes” lograron la libertad y se presentaron en rueda de prensa para denunciar los vejámenes, no había mujeres entre ellos. Las mujeres no “existían”. Décadas más tarde, un libro titulado con un neologismo, Las rehenas (Marisa Ruiz & Rafael Sanseviero, 2012) comprobó, a través de 11 testimonios, que sí existían pese a las ordalías sufridas y pese a la muerte bajo tortura de varias de ellas.

    El cine nacional fue lento y remiso, en dar cuenta de la represión militar. Virginia Martínez y Gonzalo Arijón recontruyeron en Por esos ojos (1996) el “caso” de Mariana Zaffaroni, una niña robada a su madre apenas ésta dio a luz, y Martínez, en Las manos en la tierra (2010) filmó la exhumación de fosas clandestinas en predios militares. Mario Handler reveló sus vínculos personales con el MLN en su documental Decile a Mario que no vuelva (2008), e incluyó una entrevista con Jessie Macchi, la líder Tupa que se embarazó y dio a luz en un cuartel. Aldo Garay y José Pedro Charlo investigaron en El círculo (2008) la experiencia de prisión de un rehén, Henry Engler. El almanaque (Charlo, 2012) fue la historia de un preso, Jorge Tiscornia, que durante doce años ocultó un diario de prisión en los suecos de madera que él fabricaba. Fuera del cine documental y de la ficción —es decir, en la “vida real”—, uno de los “rehenes” tupas llegó a ser presidente de Uruguay (2010-2015: José Mujica) y otro, Eleuterio Fernández Huidobro, Ministro de Defensa Nacional. Las ex-presas, en el cine o en la vida “real”, continuaron prácticamente invisibles.

    Con Migas de pan (Manane Rodríguez, 2016) el cine al fin responde a la necesidad de reconstruir y narrar la historia carcelaria de las mujeres uruguayas en el período más siniestro de la historia contemporánea. Nacida en Uruguay y residente en Galicia durante las últimas décadas, Manane Rodríguez era la directora ideal para enfrentar un tema difícil, por la doble perspectiva que da el espacio y el tiempo, la cercanía al tema (a través de las vivencias de mujeres que ella conocía) y la lejanía que le permitía articular un relato sin la “urgencia” característica del cine político. Estas circunstancias ayudan a conseguir que Migas de pan sea una película necesaria, además de artísticamente excelente.

    Desde un comienzo (guión, proyecto), Manane Rodríguez debió sin duda decidir con cuánto realismo mostrar la tortura y las violaciones en los cuarteles. Recuerdo que una vez un cineasta argentino me confió su incomodidad al ver Garage Olimpo (1999, Marco Bechis) porque mostraba “escenas de tortura”, hasta que le recordé que la película no mostró ni uno solo: cuando elegían a una víctima para martirizarla, el torturador ponía música de una radio a máximo volumen y cerraba la puerta de la habitación. La “representación” del acto estaba en la imaginación de los espectadores. Del mismo modo, hacia el final, cuando el avión Hércules vuela sobre el Río de la Plata, se abren las compuertas pero no se ve un solo cuerpo caer al vacío.

    A su manera, Manane también eligió la sugerencia antes que el realismo crudo y visceral. Bastaba mostrar en breves secuencias el espacio en que yacían las mujeres (encapuchadas y acostadas sobre colchones sucios), y algunos cuerpos colgados de las muñecas (de quienes no se ven las caras) para representar el horror. De todos modos, la película tampoco podía rehuir, debido a su tema, una dosis de realismo en el retrato de ese horror, que había sido real. Consigue hacerlo con sobriedad estética y artística, para lo cual colabora magníficamente un elenco de intérpretes entregados con pasión, talento artístico y compromiso humanista a lo que en definitiva es una implacable denuncia de las violaciones a los derechos humanos por parte de los militares de la dictadura.

    Otro desafío que culminó exitosamente era impredecible al comienzo del proyecto: fue concentrar las variadas historias de muchas mujeres en la de una, Liliana, cuyas compañeras funcionan como un coro narrativo variado y eficaz. En ese sentido, dado que la historia se desarrollaba entre 1975 y 2011, dos actrices debían representar las experiencias y vivencias de Liliana: la joven, en la época de prisión y tortura, interpretada por Justina Bustos, y la madura, en la época de la denuncia judicial, por Cecilia Roth. Roth era una carta segura: nadie duda sobre la enorme solvencia actoral de esta actriz que es ya un ícono del cine, y que en Migas de pan cumple impecable su tarea. La sorpresa es Justina Bustos, cuyo parecido físico con Roth asegura la verosimilitud de la continuidad narrativa del personaje, pero ante todo porque se desempeña con un talento interpretativo estremecedor e inusual en una actriz joven y, por ende, de limitada experiencia en cine. La suya es una actuación de una calidad como se ve sólo cada diez o veinte años, y que sirve para situar a la actriz a la cabeza de su generación, como la mejor.

    Un acierto de Xavier Bermúdez y Manane Rodríguez, guionistas, fue cargar sobre los hombros de Liliana un doble drama personal: a su secuestro y tormento se suma el drama de la pérdida de la patria potestad de su pequeño hijo. En este sentido, familia, sociedad y estado eran culpables de una crueldad innecesaria. Liliana teme con razón que su hijo la olvide, y en una secuencia magistral la actriz demuestra brillantemente lo que experimentaron emocionalmente mujeres en situaciones similares. Un día de visita de familiares, Liliana se lamenta ante las demás presas por el hecho de que su madre le ha llevado al niño muy pocas veces, y en las últimas semanas, nunca. En sus gestos, palabras, ademanes, miradas, y movimientos como de animal enjaulado, Justina Bustos expresa notablemente la angustia de su personaje. Pese al martirio de sus años esclavizada, Liliana mantiene una entereza y dignidad difícil de comprender (para los demás) en una situación como la suya. Ante sus captores, Liliana nunca se doblega; les escupe a la cara, aún sabiendo que los golpes serán más salvajes. En una secuencia, cuando a mitad de los 80s es liberada, y camina sola por una ruta de tierra, alejándose de Punta Rieles, hace un gesto despectivo indescriptible pero muy expresivo, que subraya la conciencia de su dignidad.

    (…)

    Garage Olimpo culminaba de un modo horrorizante, con los vuelos de la muerte que pretendieron en Argentina eliminar a las víctimas arrojándolas, vivas y drogadas, al Río de la Plata. Migas de pan culmina, desde la banda sonora, con la voz de Paco Ibáñez cantando “Palabras para Julia”, el estremecedor poema de José Agustín Goytisolo escrito para su hija y para los millones de españoles que padecían la dictadura de Franco. Poema que fue recordado y reiterado en cárceles chilenas, argentinas y uruguayas en la época de las dictaduras militares.

    La película de Manane Rodríguez nos lleva al pasado sin alejarse del presente. Es desde ya una película imprescindible en la historia del cine contemporáneo.

     

     

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