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Carta abierta

    Carta abierta a las amigas de pan. Por Lucía Fabbri (Semanario Brecha 19/08/2016)

    Querida Manane, queridas actrices, amigas valientes y sensibles:

    Recurro al estilo epistolar porque es, probablemente, con el que estoy más familiarizada. Tiene esa sensación de cercanía de una charla y al mismo tiempo, porque no es un diálogo en vivo, permite las pausas de la reflexión.

    Vi la película dos veces. Y la película que vi la segunda vez era mejor que la del día anterior.

    La primera vez, en el Cce, la vi con la tensión expectante de afrontar cómo sería, cuánto habría de nuestra historia en la película, cómo aparecería mostrada esa historia, si me haría sentir que estábamos allí, de verdad. Y escena tras escena la historia iba siendo verdad.

    Esa primera función para un público donde sólo había ex presas políticas nos conmovió. Nos conmocionó. No sé –no pregunté–, pero creo que todas lloramos, aunque no forzosamente por causa de las mismas escenas.

    Al día siguiente fui a verla otra vez. Ya sabía qué había en la película. Iba preparada para volver a ver y oír a Garone, los interrogatorios en el cuartel, la desesperada decisión de Mónica. Fui, también, con ganas de “vernos” de nuevo, de grandes y de jóvenes. Y para darle un abrazo al equipo hacedor (sabía que ustedes estarían presentes).

    Y esa segunda vez vi, vi mejor, los tantísimos aciertos del guión, de la dirección, de la actuación, de la puesta en escena. Y cuando terminó, con la voz de Paco Ibáñez me vinieron otra vez las lágrimas, pero no por el atragantamiento de volver a vivir escenas que no se nos podrán borrar jamás de la memoria de las tripas. No, lágrimas por la mezcla de alegría y amor y profundo dolor de los que brotan las “Palabras para Julia”, que tantas veces cantamos, que tantas veces nos sostuvieron, y que muchas más veces aún cada una cantó para sus adentros, en silencio. Ese poema que nos dijo cada vez, palabra a palabra: “otros esperan que resistas, que los ayude tu alegría, que los ayude tu canción entre sus canciones”. El poema tiene otros versos, pero tus migas de pan, Manane, son esa estrofa.

    Esta película muestra muchas veces verdad. No digo muchas verdades. Muchas veces verdad: una y otra vez verdad y muchas formas de la verdad.

    Una. Siempre pensé y sentí que es extremadamente difícil explicar con palabras la manera como se conducían los militares. Trasmitir en qué consistía la sofisticada presión que ejercían sobre nosotras, sin caricaturizarlos. No alcanza con denunciar cómo eran las torturas, ni alcanza con decir que los mismos represores de los interrogatorios siguieron reapareciendo una y otra vez, en la cárcel, durante años, y también después de la libertad, amenazando y chantajeando. Tan difícil encontrar la manera de describir sus métodos, sus recursos, sin correr el riesgo de provocar sólo un horror de crónica roja o que se interpretara como una paranoia nuestra, algo para tratar con psicólogo. Y cero comprensión.

    Pero Garone es verdad. Cada una de sus intervenciones, cada tono de voz, cada frase, pausa, gesto, mirada son verdad. Ojalá que quienes vean Migas de Pan se estremezcan de dolor e indignación escuchando y viendo en los actos de Garone la conducta paradigmática de un represor.

    Verdad. Estar siempre alerta y siempre atentas unas a otras, comunicarse con un cruce de miradas, inventar una y mil formas de aprender y enseñar, de jugar, de proteger, de celebrar, y en eso ser libres y dueñas de nuestras decisiones. Nunca te entregues ni te apartes…

    Verdad. Una línea de conducta colectiva sostenida y, por eso, poderosa aun en aquellas condiciones de absoluta desigualdad de poderes. Cuántas horas de reflexión, de discusión, de asimilación del para qué y el porqué hay en la negativa de las dos que se niegan a forrar la caja con la bandera, y en la ausencia de voluntarias entre el resto de las compañeras cuando Garone las hace formar en el corredor y les anuncia el costo de la negativa: tres meses de incomunicación, quema de libros, despojo de sus escasos bienes. No, muy otro y muy alto hubiera sido el costo de ceder.

    No ceden. Y después de eso, esas mismas presas son capaces de hacer cine con sombras chinas ridiculizando las obsesiones del cerebro de Garone. No sé si en alguna celda las compañeras habrán hecho esa sátira. No importa. La capacidad de transformar la bronca en rebeldía, lo absurdo en irrisorio, la solidaridad en alegría, el despojo en invención, son verdad.

    Al salir de la primera función de Migas de Pan, pensé: “Esta no es mi historia, pero sí es la cárcel que yo viví”. No es la historia de una de nosotras. Está hecha de las historias de todas y de ninguna. Por eso digo que es muchas veces verdad. Cada escena está hecha con respuestas a preguntas que hubo que responder, que responderse: qué defender, a qué renunciar, de dónde sacar fuerzas, y las respuestas impregnaban todo en nuestra vida: lazos afectivos, bienes materiales, posesiones y posiciones individuales o colectivas. Actos. Símbolos.

    Todas conquistas. Nada nos fue dado. Como a ustedes tampoco, amigas de pan. No hay virtuosismo actoral ni escuela de teatro ni de cine que pueda conseguir conmover si no hay una entrega profunda, una lucha por comprender, conmoverse y elegir.

    Más verdades. La película no es sólo el período de la cárcel. La vida de Liliana de veintipocos y la de Liliana de cincuenta y muchos, ese antes y ese después, con la trama apretada de su coherencia son, una y otra vez, verdad también.

    Y una verdad más. Liliana necesitó un gran empujón y un empujoncito para decidirse a contar “quién es”. Un gran empujón: alguien a quien contarle. Alguien que no se lo pidió, pero en quien ella vio una interlocutora ineludible. Nieta, sí; hija de un hijo escamoteado, sí; pero también la carita de una nueva generación que nos mira, y la quemante convicción de que no debemos resignarnos ni prestarnos a escamotearles las verdades. Y un empujoncito: el de su compañero; indispensable empujoncito que necesitó Liliana para cobrar coraje. Porque entre la convicción y la acción hace falta el empujoncito del coraje, y el coraje, creo, siempre nos viene de los otros…

    Que se haya hecho esta película es un hecho histórico. Hubo, hay muchas más cosas que no están en Migas de Pan. Qué importa. De esas que no están, algunas han sido contadas, otras todavía no. Quizás un día se haga otra película. Quizás un día, ojalá, haremos más películas, con muchas veces verdad.

    Un abrazo.

    LUCÍA FABBRI

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